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martes, 16 de junio de 2009

Para pensar

Para abrir un debate y pensar un poco sobre la música moderna, hay que hacer un poco de historia. La música clásica -si bien era muy ideológica porque se adaptaba a la forma de pensar de la época- se expresaba con un ánimus de dar nuevas direcciones, partiendo desde la –en ese entonces- nueva concepción creada por Bach en el siglo XVII, que dio a la música un giro tremendo. Esto es la armonía. Para entenderlo más fácilmente, es la formalización de la música, lo que da forma y estructura a una canción o sinfonía.

Hoy en día –y hace varias décadas es así- se liberó una cuestión muy trágica. La tergiversación de la teoría de la armonía se da cada vez con más fuerza, lo que da lugar al nacimiento de estilos que contradicen a todas las premisas armónicas, y peor aún, entorpecen la calidad musical.

La cumbia villera, el regueton, etc., son un insulto propiamente dicho, porque las personas que llevan a cabo estos “estilos musicales” son poco profesionales, ya que en cierto sentido no expresan aspectos teóricos básicos con respecto a la música. No existe una preparación previa del grupo, en otras palabras, estas personas carecen de estudio universitario o hasta de una clínica instrumental en donde aprendan a ejecutar un instrumento de la manera en que debe hacérselo. En estos casos no se respetan las leyes establecidas para componer y ejecutar la música. Si bien el hecho de que a partir del fin del siglo XIX se comenzó a introducir algunos aspectos un poco más flexibles a ésta teoría tan puramente armónica, es decir, se pasó al paradigma contemporáneo (por ejemplo Debussi), no es posible tergiversar a la música de tal modo que se llegue a caer en estas clases de estilos musicales, que más que musicales deberían corresponder a “otra cosa” ya que de música y armonía no tienen nada.

Las consecuencias que estos estilos musicales acarrean son varias. Primeramente, están haciendo desaparecer la música, más específicamente la armonía, por el hecho de que los grupos ya no se esfuerzan para componer exquisitas proyecciones armónicas como lo hacían antes (o no saben como hacerlo). Tampoco se utilizan los recursos que ofrece la música como se debe, lo único que se quiere lograr en un ritmo pegadizo con letras comerciales que carecen de sentido y no llevan a ninguna parte. Toman canciones que están muy bien hechas para adaptarlas al ritmo de cumbia o regueton haciendo que esa canción que sonaba tan bonita pierda su belleza y sea utilizada para fines que no eran los mismos del de su autor inicial.

Otra consecuencia es la influencia que ejerce sobre la cultura en la que vivimos. Con los grandes avances tecnológicos y los nuevos sistemas de comunicación, el problema que surge es el de la masificación de todo lo que respecta a la industria cultural. En ella la música se encuentra en primer lugar, y es el referente de dicha industria, ya que se la utiliza como herramienta para vender muchos tipos de productos y masificar la cultura. Con referencia a esto, el mercado es lo que mayor influencia ejerce en la música y la cultura. Él mismo se materializa en marcas de productos de todo tipo, empresas de servicios para la sociedad, etcétera, que junto a los grandes medios de comunicación, regulan de cierta manera el mercado de la música y adhiere a éste el de la moda, el consumo de ciertas sustancias, entre otros.

En palabras simples pero adecuadas, el profesor Darío Fiedler dice que se vivencia un proceso que denomina “Chantaje Musical”. Dos simples palabras que reflejan la situación actual. Los aficionados ya no disfrutan de un tema musical, sino que disfrutan “del resto”, de todo el contexto en el que se encuentra inmerso dicho tema, pero no de la canción justamente. También la moda identifica fielmente a los estilos musicales, haciendo que las personas deban vestir una determinada ropa para poder estar acorde con la música que escucha, que va de la mano con el baile respectivo de cada estilo. La formación de lo que actualmente se denomina tribus urbanas en las cuales se comparte un infinito de relaciones que incitan al consumo y a no dejar de lado las costumbres que se encadenan dentro de las mismas. El encierro en salones en donde las personas son un blanco fácil, y en donde se hace más sencilla la venta y el consumo de ciertas sustancias que llevan a la perdición de la juventud, es otro eslabón que se une a la cadena.

Por último, es muy difícil ver un recital de estos estilos sin su respectiva coreografía erótica, sin el incentivo al baile y el roce, el consumo de bebidas alcohólicas y la embriaguez de las personas, entre otras tantas sustancias. Una canción, por más bella que suene, nunca estará en el “ranking” de entre las mejores, si no pasa por la emisora de los grandes medios radiales, o si no posee su respectivo video clip sensual y sexualmente sugestivo, que es divulgado por los grandes medios audiovisuales.

Si no se está dispuesto a contribuir positivamente en la producción musical, pienso que debemos ser racionales y dejar de matar a esta, que es la actividad más sana y brillante de la vida.

Francisco Papaleo



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